La lluvia ácida es un fenómeno atmosférico causado a escala local o regional por precipitaciones cargadas de grandes cantidades de ácidos, resultantes de la liberación de contaminantes producidos por las actividades humanas.
Incluso en ambientes no contaminados, las lluvias son siempre ácidas. La combinación de dióxido de carbono y agua presente en la atmósfera produce ácido carbónico que, aunque en pequeñas cantidades, ya hace que las lluvias sean normalmente ácidas.
Los principales contribuyentes a las precipitaciones con altos niveles de acidez en la atmósfera son el trióxido de azufre, resultante de la combinación de dióxido de azufre con oxígeno, y el dióxido de nitrógeno liberado a la atmósfera, cuando se combina con agua en suspensión, se convierte en ácido sulfúrico, ácido nítrico y ácido nitroso respectivamente. Estos ácidos tienen una alta capacidad de corrosión.
La concentración de trióxido de azufre en grandes cantidades en la atmósfera es el resultado del aumento del uso de combustibles fósiles en el transporte, las centrales térmicas y las industrias. Alrededor del 90% de este gas es emitido por la combustión de carbón y petróleo. El dióxido de nitrógeno es emitido en gran parte por los vehículos de motor.
La relación entre la lluvia ácida y la contaminación atmosférica ha sido un fenómeno desde la Revolución Industrial. En 1872 ya se observó una gran concentración de ácido sulfúrico en el aire de Londres, como resultado de la quema de carbón. Los países que emiten los gases más contaminantes son los países industrializados del hemisferio norte.
Consecuencias de la lluvia ácida
En la naturaleza, la lluvia ácida causa un gran impacto a cientos de kilómetros de fuentes contaminantes. Además de la destrucción de la fauna y la flora, el suelo está expuesto a la erosión. La lluvia ácida también altera el equilibrio ecológico de los ríos y lagos que se acidifican, con un Ph inferior a 2,3, matando especies y desequilibrando completamente el ecosistema acuático. Otro impacto causado por la lluvia ácida es la corrosión de los metales, pinturas y monumentos históricos en los principales centros contaminantes.