La iconoclastia fue el movimiento para impugnar el uso y la veneración de las imágenes religiosas y los iconos que surgieron en los primeros días del cristianismo.
El iconoclasmo, como ideología político-religiosa, se intensificó a partir del siglo VIII en el Imperio Bizantino. La cúspide de este movimiento fue la publicación de una ley del rey León III que ordenaba la destrucción de todas las imágenes religiosas, prohibiendo su veneración.
Vale la pena recordar que en ese momento las imágenes religiosas fueron ampliamente utilizadas como herramientas para convertir a los paganos en cristianos.
Los bizantinos, sin embargo, creían que el uso de imágenes para la conversión hacía que la gente no practicara la reflexión religiosa necesaria para la verdadera vida del cristianismo, sino que se convirtiera sólo encontrando los iconos “bellos”.
La iconoclasia aún pensaba que la atención prestada a las imágenes sagradas resultaría en su idolatría, un acto considerado un pecado en el cristianismo.
Así, varios iconoclastas (seguidores de este movimiento) destruyeron numerosas imágenes que representaban personajes y escenas bíblicas. Con esto, los iconoclastas buscaron instituir una “purificación del cristianismo”, disminuyendo la influencia que las imágenes tenían en la fe de la gente.
Etimológicamente, iconoclastia significa literalmente “rompe-imágenes”, un término originado de la unión de las palabras griegas eikon, que significa “imagen” o “icono”; y klastein, que significa “romper”.
Ver también: el significado de Iconoclasta.
Lo opuesto a la iconoclastia es la iconofilia o iconodulia (“venerador de imágenes”, de la traducción literal del griego), ideas que abogan por el uso de imágenes religiosas como parte del culto cristiano.
El movimiento iconoclasta resistió hasta mediados del siglo IX, cuando el Segundo Concilio de Nicea aprobó el dogma de la veneración de los iconos como representación de la fe cristiana.
Ver también: el significado de Iconografía.